domingo, 7 de octubre de 2007

El mayor elogio que me dedicaron en toda mi vida fue cuando alguien me preguntó qué opinaba y esperó mi respuesta. A menudo me doy cuenta de la facilidad con la que mi mente admite los detalles de cualquier asunto trivial, las noticias de la calle (hoy diríamos también la televisión) ; y me asusta observar con qué facilidad la gente abarrota sus mentes con tales basuras y deja que rumores e incidentes insignificantes se introduzcan en un terreno que debiera ser sagrado para el pensamiento. Deberíamos prestar atención sólo a los objetos y temas que merezcan la pena y limpiar nuestro santuario cada mañana con el rocío de la verdad. HENRY DAVID THOREAU lo escribía hace casi doscientos años, pero podría haberse dicho esta misma mañana, así de actuales nos resultan siempre las palabras de Thoreau.

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